"Buenas tardes..."
Según dio las buenas tardes, dejó su bolso encima de la mesa del profesor, sacó un porta-tizas, se puso de espaldas a nosotros y comenzó a escribir en la pizarra,
"Electrónica Digital
Índice
Tema 1 ……
Tema 2 ……
…."
En aquella época solía situarme al final en la última fila de la clase. El ambiente era de cansancio, todos cansados, los alumnos cansados, la profesora también cansada. Todos habíamos realizado una larga jornada laboral, y ahí estábamos para recibir una clase de electrónica digital. Y lo que recibimos fue una intoxicación de polvos de tiza, una persona ausente que lo único que se dignaba a mostrarnos era su espalda.
90 minutos de desconcierto.
Comenzó a copiar en la pizarra el contenido de una hoja que sujetaba en la otra mano, la cual representaba el temario de la asignatura, que lógicamente todos teníamos en formato pdf y que nos habíamos leído previamente. Ella continuó con esa tarea hasta que acabó la clase.
Así comenzó mi primera tutoría de electrónica digital, allá por el año 2007.
Pasé frío, mucho frío desde la parada de Móstoles Central hasta el instituto nocturno habilitado por la UNED para las tutorías. Era una asignatura de segundo cuatrimestre, por lo que debía ser finales de Febrero.
Mientras hacía el recorrido reflexionaba sobre el esfuerzo que estaba realizando. Desplazarme al final de un duro día de trabajo, a un instituto inhóspito a recibir una clase, y a llegar a las diez y media de la noche a casa.
Ahora estoy al final del camino, a punto de conquistar la cima, de llegar a la meta, de acabar con el dragón y salvar a la princesa. Pero en ese momento únicamente había aprobado "álgebra". Es decir, estaba en el kilómetro uno de mi maratón particular. Reflexionaba mucho sobre el esfuerzo. Sobre el esfuerzo tan grande que estaba haciendo. Me organizaba con Raquel, mi mujer, para repartirnos las tareas domésticas, y por supuesto el cuidado de nuestro hijo (en ese momento solo teníamos a Alfonso). Esfuerzo, esfuerzo y esfuerzo. Al final es eso.
Al llegar al centro de la UNED me dirigí a la clase donde se impartía la tutoría. Crucé la puerta y me encontré con seis o siete alumnos. Les saludé y me senté en un pupitre. Los asistentes nos repartimos a lo largo de toda la clase. Cada uno manteniendo las distancias sobre los demás. Eso hice yo. Me fui al final de la clase y a una esquina. Es curioso cómo somos las personas.
Siempre me ha gustado el ambiente de la UNED. Es muy heterogéneo. Te encuentras con personas que vienen directamente con el mono de trabajo. También hay mucha diversidad de edad, desde veinteañeros hasta prejubilados con mas de sesenta, y también confluyen distintos niveles educativos. Hay personas que están abordando por primera vez un grado universitario, que vienen de la rama de formación profesional, otros están realizando su segunda carrera, los hay que estudian por cuestiones profesionales, y otros únicamente por gusto. Puede que esto pase en todas las universidades, pero, considero que en la UNED se hace mas patente. Todas estas cuestiones que te cuento me gustan, y me gusta formar parte de ello.
Volviendo al aula, nos saludamos y esperamos la llegada del profesor / profesora. Como no, llegó quince minutos tarde. Con esto vuelvo al punto en el cual la profesora nos dio la espalda y comenzó a escribir en la pizarra.
Lo primero que hice fue mirar al resto de mis compañeros. ¿Era verdad lo que me estaba pasando? ¿Esta señora estaba copiando en la pizarra la guía que todos teníamos en pdf? ¿Esta señora nos iba a hacer copiar durante hora y media texto, en vez de enseñarnos electrónica digital? A mi derecha, a dos o tres pupitres tenía una persona que venía con el mono de Indra. Debía de trabajar en la sección de mecánica, electrónica o aeroespacial de la compañía. Nos miramos, y sin palabras lo que nos estábamos diciendo era ¡pero qué mierda es esta!, ¿Por esto no voy a llegar a ver a mi hijo despierto?. Era una mezcla de rabia, desesperación y odio.
Fue la primera y única clase de electrónica digital a la que asistí. En aquel momento no conocía mucho del funcionamiento de la universidad. Hoy habría denunciado sin miramientos tal dejadez y desidia de las funciones de un profesor.
No nos damos cuenta de la influencia que tienen en nosotros los buenos y malos profesores. Influyen en nuestro estado de ánimo, nos dan fuerza, nos motivan, dan sentido al tiempo que dedicamos al conocimiento de una disciplina. Por el contrario, un mal profesor desespera, malhumora, te apaga, te hace plantearte el continuar o no. Un mal profesor es lo peor. Un mal profesor puede arruinar la vida de un estudiante, en el inicio de su vida académica. No podemos permitir que los malos profesores den clase. No debemos permitirlo por amor a la sociedad, por amor a nuestros hijos. Pueden ponerlos en la biblioteca, a preparar calendarios, documentación, lo que sea, pero nunca delante de los alumnos. No lo debemos permitir, nunca.
Al estar en los primeros pasos de mi epopeya universitaria no sabía hasta que punto podía exigir a mis profesores. Hoy en día me hubiera faltado tiempo para poner una queja formal al respecto. En eso momento lo dejé estar.
La profesora ni se dignó a saludarnos en toda la clase. De vez en cuando repetía en voz alta lo que estaba copiando en la pizarra, como un run run interno. Al finalizar la tutoría (diez minutos antes, por supuesto) guardó su porta-tizas en el bolso, nos dijo adiós y desapareció.
Fue la última tutoría presencial voluntaria a la que acudí. Me prometí a mi mismo que nunca nadie iba a tirar mi tiempo a la basura como lo habían hecho hoy. El 2007 no iba a ser el año de aprobar electrónica digital, por este motivo y por programación II, que como ya comenté en un post anterior absorbió todos mis esfuerzos para el segundo cuatrimestre.
Además del esfuerzo de estudiar y de dedicar horas y horas a este proyecto, tenía que pelear con un poderoso enemigo. El desencanto.
No iba a tener profesores maravillosos que me iban a motivar de forma espectacular, que me iban a ayudar a cumplir este gran reto. Es posible que en el camino me encontrase con alguien que sí (con las que por supuesto me he encontrado) pero tenía que estar preparado para lidiar con personajes amargados, desencantados, acomplejados los cuales les habían encargado la triste misión (para ellos) de formarnos. Imagino que esta persona no pudo cumplir sus sueños, y toda su amargura acumulada la proyectaba en forma de desidia hacia nosotros. Con el paso de los años, y con la llegada de las tutorías virtuales disponemos de mejores contenidos, y no tenemos la necesidad de pasar estos tragos, o tenemos mas opciones para formarnos.
El desencanto no iba a poder conmigo, no iba a abandonar mi maratón particular, eso no.
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- Continuará...!